Desperté aturdido, adolorido, agonizante. Mi mente era irreconocible, a diferencia de mis instintos. Abría y cerraba mis ojos cargándome de frustración, ya que sin importar su posición lo único que se ilustraba ante ellos era oscuridad. Levante mis vibrantes brazos y lo único que toque fue: Una pared, otra pared, una tercera pared y por último una pared más; sin ni siquiera haber movido un centímetro mis pies. En ese momento congelo todo mi cuerpo una claustrofóbica brisa. – ¡Auxilio! Grité, ¡Auxilio! ¡Auxilioo! Mientras el aire abandonaba mi cuerpo dejándome frágil y vulnerable. Jamás olvidare ese primer golpe.
- Despierta muchacho. Me decía un anciano mientras yo aun intentaba descifrar si abstracta imagen dentro de mi inconciencia. - ¿Dónde estoy? Pregunté. – Donde siempre quisiste estar… Recupere mi vista, y ojeé el hermoso paisaje que me rodeaba. Un fuerte éxtasis refresco mi ser y mis piernas empezaron a correr entre una deslumbrante naturaleza que me llevo a un linde, en el que comenzaba un nuevo mundo de espejos marinos. Bajé mi mirada pare beber del cáliz, pero apareció frente a mi el reflejo de un desconocido; asustado, di un paso hacia atrás, sin dejar de morderme la lengua para no sacar a la luz mi temor. Tropecé y caí.
- Un, dos, tres… un, dos, tres… - ¿Qué pasa?... ¿Qué pasa? Me preguntaba mientras que miles de hormigas gigantes me empujaban y un, dos, tres era lo único que lograba percibir a kilómetros. Empecé a luchar contra la fuerza de las hormigas, a luchar para salir de esa rutinaria caravana. Tras un largo camino de lucha y frustración, la colonia me abandono en una pila de rocas. Metí la mano a mi bolsillo con una inexistente esperanza de humo, pero lo único que encontré en mí fue una pica. Después de asimilar que era inútil buscar una escapatoria, empecé a romper las rocas que me invadían, solo por diversión. El duró paisaje sufrió un derrumbe. Estoy atrapado.
Me detuve, abrí la puerta y entre bastante tranquilo. – Hola Tomás. Grité mientras lanzaba una galleta al aire. Levante las sabanas blancas, y echándome entre ellas caí en un estado de regresión. – Otro día normal. Pensé. – Y aun no recuerdo mi hogar. Cerré mis ojos e intente dormir. Mientras buscaba el descanso mental una voz me susurro al oído: - Es imposible recordar lo que nunca existió.
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