Juan el ciego quería ir al colegio, pero su madre no se lo permitía y su único argumento era el temor. Juan lloro y loro; Juan rogó y rogó; y Juan lo logro.
Juan lleno de felicidad corría impulsado con su vara llena de oscuridad a su primer día de colegio. Juan suspendido en una nube de frenesí se sentó en el banco de la educación; Juan se encontraba en el cielo. ¡Riiin! Sonó el timbre y una fiesta de mariposas paso a la pista de baile dentro de su estomago; Juan sintió conexión divina. – Ja ja, se escucharon burlas en todo el salón - ¡Un ciego! ¡Un ciego! Era lo único que se entendía entre asesinas palabras de humillación.
Juan regreso con su madre y le pidió por favor lo envíe a un colegio para ciegos; su madre acepto.
Hay se encontraba Juan, sentado y lleno de nervios en el asiento de su nuevo colegio. ¡Riiin! Sonó el renovado timbre y Juan escucho los pasos de sus nuevo compañeros, todo permanecía en calma. – Chicos, tenemos un nuevo compañero, por favor preséntate Juan. Dijo el profesor. – Eh, eh, soy Juan, respondió entre terror. – Este es tímido, nació en forma de susurro en el salón; - Ja ja, comenzaron las burlas de nuevo y lo único que se escuchaba eran sicarios afilando el hacha de la frivolidad.
Juan regreso con su madre y le agradeció por haberle dado la oportunidad de ver el mundo. Juan camino a su cuarto y entre ideas abstractas decidió migrar a un lugar donde las almas tengan amor y todos vean igualdad y admiren la diferencia. Su madre entre llantos lo despidió y en su cuarto una nota halló:
Madre, te abandono porque cometí un error. Madre, tu me creaste perfecto y el mundo lo envidio tanto que se mostró ante mi. Te quiero, y espero que nunca veas como yo lo hice.
-Juan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario