- Papá, recuerdas lo que me dijiste aquella vez… -Dijo Domenica ya en su hogar con timidez.
-¿Qué te dije?
-Lo de los gatos…-Bajó la mirada y dijo en voz aun más baja- lo de los gatos curiosos.
-Ah, lo recuerdo –puso una cara molestamente engreidora y preguntó con voz amorosa- ¿Has estado metiendo las narices dónde nadie te lo pidió?
-No papá, –La mandíbula le temblaba de inocencia- solo quería saber si era verdad que por curiosos es que ya no hay gatos en el pueblo, ¿realmente eso los mató?
El señor alto y con rasgos marcados y atractivos le respondió – A nadie le gusta los curiosos, por eso en nuestra comunidad hay perros en vez de gatos, ellos entienden lo incomodo que es que lo anden a uno curioseando y ellos los mataron.
-Y si yo eh sido curiosa, ¿también me mataran los perros?
-A ti nadie te matara, tu eres la reina de este lugar, simplemente anda con cautela y escondida cuando la curiosidad te ataque para que no te vean las narices.
-¿Por qué solo esconder mi nariz?, es muy pequeña –aclaró-
- Porque cuando andas por ahí de chismosa tu nariz te delata, ya que sin importar la posición del resto de tu cuerpo ella siempre apuntara a tu objetivo de interés, dejando en estado obvio tus intenciones... –Echó a reír y cerró la conversación con las últimas tres palabras – intenciones de curiosa.
Domenica tomó aire, dio media vuelta y se dirigió a su habitación segura de que nunca más querría entremeterse en asuntos que no eran de su incumbencia ya que no se imaginaba terminar como los pobres gatos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario